Lágrimas en el tiempo que trae la lluvia cuando amanece, carita mañanera que el sol reluce sólo con verte, atrio celestial que aparece cuando el reflejo de esa mencionada lluvia roza la piel tenue y dulce de tu ser.
Pisadas que se oyen tras la puerta de tu deshielo, cada vez mas fuertes y mas continuas, crujidos de maderas secas, eco traidor que te trae a tu tímpano de luces el desenvuelto rostro del que te añora.
Caballo tordo malagueño, andaluz de pura cepa, te espera en la arena de la playa para dar junto a ti el paseo mañanero del que siempre espera ansioso el acalorado rostro.
Canela relincha, se posa sobre sus traseras patas y sacude con fuerza unas largas crines que dibujan tras su figura en la arena de tu alma.
Abanico negro, salpicado de lunares rojos, aspavientos al son de una buleria, que rompe en la mañana con el vaivén de unos dedos gitanos, que desprenden la armonía requerida al compás de tu danza descalza.
Chasquido de caireles embrujados, que delatan la mirada del deseo por tenerte entre sus brazos, mientras las olas van tocando palmas contra las rocas del espigón de salero, enfrentado a un mar de suertes.
Canela se acerca, tu baile lo roza, y empieza la pelea por dominar la copla, salto, taconeo y danza, giro, caída y esperpento, grito roto en la mañana mientras la luna todavía presente, llora de emoción.
Un volante cae en el tablao, acompañando a unos cascabeles que desentonan con el tartamudear de unas castañuelas en madera fina, que esconden tras de sí la escena acompasada, de un bailarín de cuatro patas, que seduce como ninguno, a una gitana que se rinde a las puertas del deseo.
Sabes caracol, que la piel que rozas, no es ni mas ni menos que el deseo de aquellos, que te envidian por ser lo que eres y por no dejar de serlo, Canela sin duda tiene la suerte que nunca tendremos, por tener a su vera el corazón de la que tambalea, el ser y las almas de todos aquellos, que nunca tuvieron sabor a canela.
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